martes, 5 de febrero de 2008

Manila Connection (Ep. 2)

Segunda semana austral

Este último finde nos fuimos a buscar un resort llamado subic, digo a buscar porque no lo encontramos... del todo. Alquilamos un coche (y un conductor, tío de Doink) para ir al lugar y después de tres horas dirección norte llegamos a un zoo (parece que cerraban pronto y estos querían verlo). No me gustan demasiado los zoos, animales enjaulados siendo molestados por los flashes de las cámaras y la ocasional piedrecita o palito arrojada por el turista medio para sacar una buena foto, sin contar con el guía de la visita que explica todo a golpe de megáfono... Sin embargo hubo un par de cosas que, he de reconocer, no estuvieron mal. Como el safari por una pequeña reserva de tigres sueltos y algunos otros bichejos chungos imposibles de ver en libertad y tan de cerca sin peligro para la propia vida.

Debido principalmente a la falta de planificación, pues pensábamos que íbamos a un complejo turístico, nos metimos en el primer hotel que encontramos sin cotejar un poco antes por la zona, el Ocean View. Puta mierda. Caro (para este país) y cutre como pocos, pero en fin, era tarde, se nos hacía de noche, estábamos muy cansados y no habíamos comido, la próxima vez prestaré atención a mis presentimientos. Una vez en el centro del... pueblo? tuve otro de esos momentos de choque cultural. Ya comenté la semana pasada lo caótico del tráfico en este país, es igual a todas las escalas. En la pequeña rotonda que hacía de centro de ciudad el caos imperaba. Un amasijo de gente compraba, vendía, gritaba, conducía... el gran volumen de ruido, (aquí no conocen los silenciadores de escape), ya desorientaba por sí mismo, pero había que sumar a este un montón de olores que lo envolvían todo como un papel de "regalo" invisible, carne y pescado a la parrilla, escapes de coches, sudor, el ocasional ramalazo a alcantarilla y un montón de inclasificables que iban desde el dulzón de muchas comidas típicas hasta el agrio de la putrefacción... un par de niños (10 - 11 años) que, con muy malas formas (You gimme money!), me piden dinero mientras espero a que todos terminen las compras de tabaco y cerveza en el 7-eleven... Lástima que no llevase la cámara, os podríais hacer una idea, allí me golpeó la realidad esa que solo vemos en occidente por la tele.

La noche la pasamos bebiendo cerveza en la playa, la temperatura era agradable y la conversación interesante. Cerca, un chaval con rastas dentro de un grupo de locales tocaba la guitarra (un gallifante para quien haya pensado en canciones de Bob Marley ;) y nos pasó un par de canutos (muy buenos, grandes risas) a los que nosotros correspondimos con birra. Después de que María (italiana), Stephan (alemán) y Kim (filipina) se retiraran, me quedé con Laura (irlandesa) y con Doink (filipino) hasta que nos venció el alcohol y el cansancio.

El "hotel" (por llamar a aquel agujero de alguna manera, ya que mi habitación ni siquiera tenía ventana) no servía desayunos (aunque podías pedirte un perrito, por ejemplo, solo que ellos mismos te desanimaban a que lo hicieras), así que la mañana la perdimos esperando a que todo el mundo se levantara y yendo y volviendo del... pueblo? para desayunar. Cuando nos fuimos a dar una vuelta en barca por pequeñas islas cercanas, el tiempo fué a peor e incluso nos llovió (al menos caía templada), María y yo nos jugamos las respectivas crismas trepando con sandalias para poder coronar un peñón. Aquí ya se me(nos) había hecho muy tarde para bucear (o para el parasailing, montar en moto de agua o hacer esquí acuático) con lo que antes de volvernos para Manila paramos a comer en un hotel que encontramos cerca... mas barato que el nuestro, mas limpio, con buena comida, playa particular, mejor vista y todas las actividades que no pudimos disfrutar en el otro... ajjj, cagontó. En fin, que espero volver al mismo sitio pero hacer todo lo que se me quedo pendiente.